A la hora de escribir, de querer explicar algo, y de buscar las palabras adecuadas para ello, hay algo que es muy importante recordar: a veces la simplicidad es la mejor baza para hacernos entender.
Ayer, mi hermana me pidió que le corrigiera una frase en la que aparecía la palabra «periplo» porque no encontraba la fórmula perfecta para que se comprendiera bien lo que quería transmitir. Le dije: «quita "periplo" y usa palabras más sencillas y ya verás como funciona».
Me pasa también cuando corrijo libros. Usar palabras «cultas» o poco conocidas o, incluso, que han caído en desuso, puede estar muy bien si aporta algo a la narración o si quieres darle una ambientación concreta o si el personaje lo requiere, pero, si no, lo único que hace es entorpecer la lectura. Suena impostado, el lector tiene que pararse a hacer búsquedas de significados y, si es algo que es recurrente, le hace desconectar.
Para mí, un texto, un libro, no es mejor porque tenga palabras más difíciles y menos usadas. Un buen escritor no tiene por qué ser alguien que habla con palabras elevadas ni que enrevesa las frases hasta hacerlas casi ilegibles. Lo importante, creo yo, es transmitir esa historia, hacerla llegar al público, que emocione, que tenga un sentido, que enseñe cosas al lector sin hacerle sentir tonto.
A tope con simplificar.